Imagina una conversación entre varios familiares. La cosa se pone tensa. Alguien dice algo fuera de tono, y otro le replica. Tú intentas mediar, pero la respuesta, señalándote con el dedo como si estuvieran pulsando un botón que no funciona, es algo así como: “Tú mejor que no hables”.
Bien. Aquí paramos y hacemos un efecto tipo matrix. Sales de la escena, todo se para y te contemplas a ti mismo y a tu familia. Por algún fallo de programación, el dedo acusador sigue moviéndose.
¿Ves el clima? Muy mal tiempo. Tormenta con rayos eléctricos. Sí. Salen del dedo de tu cuñada. No, es broma. Es una analogía. La cuestión es que el clima es muy muy malo. Pero tú no eres el clima.
¿Qué haces si empieza a llover? ¿Abres el paraguas no?
Sin embargo, en una discusión, contrario a toda lógica, nos mimetizamos con el clima. Si llueve, llovemos. Si hay tormenta, tronamos.
Pero tú no eres el clima, recuerda.
La clave es saber verlo. Ves el tiempo que hará, y te adaptas. Te preparas para que la lluvia no te moje, o el frío no te cale. Ves qué cariz está tomando la conversación, y te preparas. Decides si participar o no. Piensas cuándo hablar y qué decir. Te retiras sigilosamente, o das un golpe definitivo en la mesa. Actuas con calma, porque tú no eres el clima.
Sé que es difícil, pero creo que merece la pena. ¿Recuerdas con cariño alguna de esas discusiones familiares? (También valen las de empresa, las de vecinos o compañeros de estudios) ¡Claro que no! A nadie le gustan las discusiones, como a nadie le gusta el mal tiempo cuando quieres ir a la playa.
Si hay algo poco efectivo, es sin duda envolverse en tormentas dialécticas que no solo no llevan a nada, sino que resultan en sentimientos rotos. Son inefectivas porque uno se desgasta, sin llegar a ningún sitio.
Así que la próxima vez que veas venir una situación así, recuerda: tú no eres el clima.
*Imagen de cabecera: David Mark en Pixabay