Si se pudiese fabricar una calculadora de la felicidad en este mundo descubririamos que nadie es totalmente feliz; que hay momentos de felicidad y muchos periodos intrascendentes, o poco felices.
También observaríamos que hasta las personas malas tienen momentos felices, así como las buenas personas pasan por muchos infortunios.
La calculadora de la felicidad te haría ver que la felicidad se multiplica cuando la compartes, pero también que desaparece cuando la buscas.
Esta calculadora nos diría que las cosas que nos hacen felices en el momento suelen ser fugaces y vienen acompañadas de daños colaterales. Al mismo tiempo, las cosas que dan felicidad más perdurable, son más costosas y tardan tiempo en crecer.
Con esta calculadora percibirías que lo más importante, con frecuencia, es lo que menos se ve, y que para ser felices hay que creer en lo que no se ve.
La calculadora también demostraría que no es lo mismo nacer en un sitio que en otro, y que las creencias y crianzas influyen en la cantidad de felicidad. Pero también que, al final, la felicidad depende más de uno que de lo demás, y mucho menos de los demás.
Una fórmula de esta calculadora sería la capacidad de cambio de la felicidad. Puedes ser feliz ahora e instantes después perder toda esperanza, para poco después, volver a ser feliz como nunca antes.
La fórmula confirmaría la necesidad de equilibrio. Ni pobre ni demasiado rico. Ni famoso ni sin amigos. Ni eterno niño ni demasiado viejo. Ni temerario ni temeroso. Ni muy poderoso ni impotente. Ni libertino ni sin libertad. Ni fácil, ni imposible.
Obviamente, la calculadora de la felicidad no existe. Y sin embargo, la tienes en tu cabeza y en tu corazón.