La balanza de las promesas

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Una promesa es una expresión de la voluntad de dar a alguien o hacer por él algo. Hay promesas solemnes, como el matrimonio, pero en realidad, prometemos siempre que desvelamos la intención de hacer algo. Decirle a tu hijo que si se porta mal, le castigarás sin jugar con el móvil, es también una promesa.

Es interesante su origen etimológico. Promesa es pro (pro=antes) y missus (participio perfecto de mittere, que significa enviar). Así que prometer, es enviar algo de antemano. Es como un anticipo de lo que vas a recibir, de lo que te voy a dar.

El problema con las promesas es que muchas veces no se cumplen. Estamos acostumbrados a ver como, ya sea en campañas políticas, proyectos de construcción, o simplemente en el trato entre amigos o familias, las promesas no se hacen realidad.

Tanto es así que, a veces, hasta se da por sentado que una promesa no se cumplirá. Hay a quien no le importa prometer por prometer. Ya lo dijo el poeta Ovidio: «No te importe prometer. ¿Qué daño pueden hacerte las promesas? Todo el mundo puede ser rico en promesas.»

Por otro lado, hay quien piensa que, como no tenemos control sobre nuestro futuro, no deberíamos hacer promesas. Como dijo Napoleón: «El medio más seguro de mantener la palabra dada es no darla nunca».

Lo cierto es que poco podemos hacer en cuanto a las promesas ajenas. Personalmente pienso que debemos confiar, pero confirmar. Prepararnos para lo mejor, y también para lo peor.

Sea como sea, seguimos haciendo promesas. Y es que todos necesitamos la certeza de que algo se cumplirá en un futuro. Son las promesas las que nos dan cierta seguridad, y nos permiten planificar. Es en base a una promesa que nos ilusionamos, nos esforzamos, y nos preparamos. Es mediante las promesas como conseguimos vender un producto o hacer un nuevo amigo.

Y, aunque poco podemos hacer con las promesas ajenas, en realidad, sí que podemos hacer mucho en cuanto a las promesas que salen de nosotros.

Por eso, te propongo un ejercicio muy simple:

Imagina una balanza, y pon en un lado, tus promesas, y en el otro lado, lo que cumples. Y pregúntate: ¿cuál pesa más?

Lo normal es que pesen más las promesas. Y no solo pesan más en una imaginaria balanza. Pesan más en ti, en tu conciencia, al mirar a alguien a quien hiciste una promesa incumplida. Te hacen sentir menos. Menos fuerte, menos verdadero.

En esta balanza, vales lo que prometes. No hace falta que hagas muchas promesas, sino solo las que de verdad puedas cumplir. Más vale un toma, que dos te daré.

En resumidas cuentas. Valora muy bien lo que prometes, y esfuérzate por cumplirlo. Solo con eso, superarás a la media, y añadirás valor a tus palabras.

El más lento en prometer es siempre el más fiel en cumplir ~ Jean-Jacques Rousseau Clic para tuitear
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Sobre el autor

Jaír Amores
Mi nombre es Jaír y soy de la cosecha del 78. Estoy felizmente casado; tenemos dos preciosas hijas, y vivimos en Las Palmas de Gran Canaria, España. ¡Sí! ¡El paraíso! Desde muy chico, ya me atraía la efectividad. Disfrutaba haciéndome un horario, automatizando tareas. Y… no sé si a ti te ha ocurrido también: me daba cuenta de muchas cosas que podrían hacerse mejor. Me sigue pasando, por cierto. Estoy convencido de que la efectividad y la productividad personal son fundamentales, pero… sin olvidar las cosas importantes de la vida. Porque, ¿de qué serviría mejorar si no nos hace más felices?