Imagina por un momento que estás en un monte, en medio de un paraje natural, en total silencio. Estás en el suelo, observando entre unos matorrales, a un imponente ciervo. Estará a unos 50 metros de distancia. Entonces, en un movimiento tonto, rompes una pequeña ramita al apoyar la mano derecha para avanzar. El sonido, mínimo, ha sido suficiente para que el ciervo levante su cabeza, mueva sus orejas en modo radar, y tense todos sus músculos. Los próximos segundos son de decisión. El ciervo puede detectarte, y salir corriendo, o bien, decidir que no hay peligro, agachar la cabeza, y seguir pastando con absoluta paz.
¿Has notado lo que ha pasado aquí? El ciervo puede pasar del modo «me ataca un oso y pies para qué os quiero», al modo «paraíso perfecto; me da igual todo». Solo tiene que pensarlo durante unos segundos y ya.
Qué diferentes somos, ¿verdad? Nosotros no solemos ser tan rápidos para detectar peligros. Pero sobre todo, somos muy lentos para volver al modo normal. Un susto puede sacarnos de la paz donde estemos, y podemos tardar un buen rato en volver. Y si el evento impactante es más que un susto, puede que tardemos semanas o meses en recuperarnos.
Es como si tuviéramos un cerebro extra que no tiene el ciervo. Uno no instintivo, que nos permite razonar si lo que el cerebro «ciervo» piensa tiene sentido o no. Eso nos frena, pero también nos convierte en lo que somos: seres racionales.
Ahora bien, ¿no te gustaría ser un poco más como un ciervo? ¿disfrutar del momento? ¿reaccionar con rapidez ante los peligros sin que se conviertan en traumas?
Estuve pensando en el tema, y creo que hay una solución. Bueno, en realidad, es una trampa en el planteamiento. Volvamos a la escena. ¿Dónde estabas tú? ¿Y dónde estaba el ciervo? En un entorno totalmente natural, en silencio tan absoluto, que el romperse de una rama alertó al ciervo que estaba a 50 metros.
Creo que este es el punto. Y si no, piensa… Vamos a llevar al ciervo a la gran manzana, de noche. Luces encendidas, pantallas gigantescas, miles de personas pululando, sonidos de sirenas… Por más que le des yerba al ciervo, creo que se tiraría de los pelos. En un entorno así, ¿hay algo que no le suene a peligro? Vale. Supongamos que el ciervo ya se ha acostumbrado. Lleva años viviendo allí. Así que como yerba sin problema. Ahora, ¿sabrá detectar el peligro? Es probable que no.
¿A dónde quiero llegar? Pues creo que, en un entorno natural, podríamos detectar los peligros rápidamente, así como estar en paz durante mucho tiempo. Pasar de un modo a otro no parece tan complicado. Por contra, en un entorno ruidoso, lleno de dispositivos móviles que piden nuestra atención a gritos, es difícil valorar peligros o tranquilidad. Pasamos gran parte del día en constante agitación, sin esa posibilidad de estar totalmente en paz, totalmente en modo defensa.
No creo que mi planteamiento sea 100% correcto. Es solo una idea que me parece, tiene sentido. Además, como mencioné antes, el cerebro de un ciervo y el de un humano se parecen bien poco.
Ahora bien, ¿podríamos buscar estar más tiempo en la naturaleza? No parece que eso nos haga daño. ¿Podríamos definir bloques de tiempo para actividades variadas, separando así un tipo de trabajo de momentos de descanso? ¿Sería posible limitar el uso de dispositivos electrónicos cuando estamos disfrutando de ocio de calidad?
Son preguntas interesantes. Porque creo, y eso sí lo tengo más claro, que la imagen de ese ciervo imponente, pastando en paz en el bosque, suena muy bien.