Si pensamos en los llamados «5 sentidos», veremos que todos tienen, en mayor o menor medida, filtros.
Por ejemplo, nadie se mete algo en la boca sin querer. Y una vez que lo hace, lo saborea y rápidamente sabe si está o no bueno. Incluso puedes escupir algo antes de tragártelo.
Con el tacto ocurre lo mismo. Palpamos e inmediatamente sabemos si es áspero, rugoso o suave. Retiras la mano del fuego, y la mantienes para sentir la de tu pareja.
Aunque vemos mucho, también podemos decidir mirar a un sitio o a otro, o cerrar los ojos.
Es verdad que con el olfato es más complicado. No podemos evitar oler los gases contaminantes del compañero de al lado (tú ya me entiendes). Pero sí somos capaces de detectar si un olor es agradable o no.
Ahora bien… ¿qué pasa con el oído? Es complicado decidir qué oímos y qué no. Incluso estando dormidos, oímos. Y para colmo, no hay un filtro que nos diga: esto es bueno o esto es malo; esto es verdad y esto es mentira. Podemos decidir si nos gusta o no una canción, o sentir desagrado ante sonidos fuertes, pero poco más. Lo que entra por el oído va directamente a nuestro cerebro.
Resulta que no hay un filtro de calidad para lo que escuchamos. Y, creo que coincidirás en esto conmigo: oímos muchas tonterías.
Por eso, con esta reflexión simplemente quiero hacerte pensar. ¿Estás saboreando lo que oyes? O dicho en otras palabras: ¿Estás teniendo cuidado con lo que oyes? ¿Te tomas tu tiempo para decidir la calidad de lo que has oído?
Al no haber un filtro posterior, la mejor manera de que nos guste lo que oímos es decidir de antemano qué vamos a escuchar y qué no, y ser consecuentes y firmes con nuestras decisiones.
Escuchar las noticias, cada vez más llenas de desinformación, tener conversaciones con personas que más que aportar, restan, o cotillear lo que dicen los demás sobre temas que no nos afectan para nada, es usar el oído de forma poco efectiva.
Además, el oído sí tiene una ventaja: tú puedes decidir no escuchar algo que estás oyendo. No es fácil, pero con práctica se pueden conseguir buenos resultados. Conozco a algún experto en la materia, de esos que oyen solo lo que les interesa.
Así, si controlamos lo que oímos y decidimos qué escuchamos, podremos decir más veces algo así como: «¡Qué bueno estuvo esto que escuché!»