El síndrome de Procusto

Procusto y su cama

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En la mitología griega, Procusto era un gigante, hijo de Poseidón, que vivía como posadero en el Ática. En su posada, acogía a viajeros, a los que invitaba a tumbarse en una cama de hierro.

Una vez dormidos, les ataba y comprobaba si eran más largos o más cortos que la cama. Si la persona era alta, cortaba las extremidades que sobresalían. Si sobraba espacio en la cama, le torturaba hasta que llegara a la medida correcta. Como tenía dos camas de dos tamaños diferentes, nadie escapaba de Procusto. Y así siguió, “tomando medidas”, hasta que el héroe Teseo, se enfrentó a él.

De esta desagradable historia derivó el llamado “síndrome de Procusto”, que consiste en personas que no soportan que seas mejor que ellos en determinado campo.

Incluso hay autores que dicen que la expresión “le hizo la cama”, viene precisamente de la historia de Procusto.

Al síndrome de Procusto, algunos también lo llaman “filosofía de los codazos”, haciendo referencia a competiciones como el ciclismo, donde es muy común que en un sprint final, el corredor meta el codo para que no le adelanten.

¿Conoces a alguien que tenga el síndrome de Procusto? Seguramente, porque se puede dar en cualquier ámbito: compañeros de escuela, de trabajo, un jefe, un familiar, un vecino, o hasta tu propia pareja.

Lo peor de todo es que este tipo de individuos se suelen juntar entre sí para lograr sus objetivos, logrando así una versión mejorada del monstruo de Procusto. A veces, enemigos declarados, dejan atrás sus diferencias con tal de “cortarte las alas”.

Como en muchas otras conductas de este tipo, lo que se esconde detrás del síndrome de Procusto es el miedo. Miedo a quedar mal, miedo a ser superado, miedo a ser menos amado que el otro. En muchos casos, escondido tras el miedo, hay un problema de baja autoestima.

Por eso, la solución definitiva para todos los problemas relacionados con la envidia, como este de Procusto… es el amor. Amor a uno mismo, y amor a los demás. No se envidia si se tiene. No se envidia si se ama.

Es evidente que no hay nada bueno en este síndrome. En lo relativo a la efectividad, es un palo en la rueda, un auténtico enemigo externo que impide que seamos efectivos. Por eso, ¿cómo defenderse ante alguien que lo manifiesta?

Cómo defenderse de personas con el síndrome de Procusto

Primero: No necesites posada. Júntate con buenos amigos, mantén relaciones sanas. No seas un viajero solitario caminando por la vida.

Segundo: No dejes que te juzguen. Aunque es verdad que Procusto los pillaba dormidos, en muchas ocasiones, permitimos que otros nos valoren. Incluso, a veces, alentamos esto. Preguntamos cómo nos ven otros, o entramos a pelear cuando alguien dice algo contrario a lo que opinamos, o se mete con lo que hacemos. Pero quien nos debe juzgar no es otro igual. Una cosa es pedir consejo, y otra, ponerse a merced de los demás. Una cosa es aceptar sugerencias, y otra, vivir la vida de los demás.

Tercero: procura no sobresalir demasiado. A todos nos gusta “fardar” de vez en cuando. El ego nos suele traicionar, y tendemos a querer ser los primeros. Pero esta actitud es peligrosa, y atrae a los Procustos. Nuestro objetivo no debería ser siempre ser mejores que los demás, sino mejores que nosotros mismos.

Cuarto: huye a la mínima señal. En el mito de Procusto, el viajero se dormía en una cama de hierro, y no sospechaba nada. Pero en la vida real, es más fácil detectar un peligro. Muchas veces son personas egocéntricas, envidiosos, que solo hablan de ellos, que desprecian a los demás y no dudan en criticarles. Son mediocres para el puesto que tienen asignado, y se aferran a él como una lapa a su piedra. Si no te queda más remedio de trabajar con alguien así, desconfía. Cúbrete las espaldas, y no te duermas en los laureles.

Al Procusto mitológico lo venció Teseo. A los Procustos modernos, los podemos vencer nosotros. Tú puedes ser tu propio Teseo.

Si no puedes vivir sin tratarme bien, deberás aprender a vivir lejos de mí. – Frida Kahlo Clic para tuitear

Sobre el autor

Jaír Amores
Mi nombre es Jaír y soy de la cosecha del 78. Estoy felizmente casado; tenemos dos preciosas hijas, y vivimos en Las Palmas de Gran Canaria, España. ¡Sí! ¡El paraíso! Desde muy chico, ya me atraía la efectividad. Disfrutaba haciéndome un horario, automatizando tareas. Y… no sé si a ti te ha ocurrido también: me daba cuenta de muchas cosas que podrían hacerse mejor. Me sigue pasando, por cierto. Estoy convencido de que la efectividad y la productividad personal son fundamentales, pero… sin olvidar las cosas importantes de la vida. Porque, ¿de qué serviría mejorar si no nos hace más felices?