Me contaba mi mujer el otro día, una anécdota curiosa que le había ocurrido mientras iba a casa de sus padres. En la zona hay muy poco aparcamiento. Los coches se colocan en batería, y ocupan pasos de peatones, aceras y sitios inimaginables.
El caso es que ella había conseguido aparcar bien. El problema vino a la vuelta. Se encontró un coche muy muy pegado a la puerta del conductor. La solución era obvia: abrir la puerta contraria, la derecha, y atravesar el coche para llegar a su asiento.
Aunque mi mujer no tiene ni mucho menos mal carácter, inevitablemente, y como te podrás imaginar, mientras rodeaba el coche con esa intención, se aumentaba el consiguiente enfado en sus pensamientos. “¡Cómo es posible! ¡Qué cara más dura tiene la gente! ¡Qué poca consideración!”. Una de mis hijas se dio cuenta entonces de que había un papelito en el parabrisas.
El papelito
(Por cierto, ya que hablamos de papelitos, te animo a ver un corto que va precisamente de eso. Se titula Paperman)
Bueno, continuamos. El papelito (el que habían dejado en el parabrisas del coche) decía algo así como:
“Hola, disculpe las molestias. Necesitaba aparcar para descargar y no encontré otro sitio. Vivo cerca. Este es mi número de tlf. xxx-xxx-xxx. Si quiere puede llamarme y me acerco rápido a quitarle el coche. Felices fiestas”.
Mi esposa no llamó. No hizo falta. Atravesó el interior del coche con gusto. Además, en la misma nota, por la parte de atrás escribió:
“Gracias por la nota. No se preocupe. Al final, entro bien por la puerta del copiloto. Ojalá haya más gente como usted en el mundo. Muchas gracias”.
Luego puso el papelito en el parabrisas del otro coche.
Desconocemos la reacción del otro conductor, aunque estamos seguros que fue una sonrisa y un cosquilleo en el estómago, de esos de satisfacción.
Cuando mi mujer me lo contó, me lo dijo encantada, como algo positivo. Y yo pensé: “¡Lo que hace un detalle!”
La situación podía haber sido muy distinta. Un enfado un buen rato. Un “caradura” con alguna molestia de conciencia por haber hecho una faena, y, si los protagonistas hubieran sido otros, ¡véte a saber en qué habría acabado la historia!
Una pequeña acción
Una pequeña acción, un papelito con un mensaje… No pudo tardar más de dos minutos en escribirlo y colocarlo en su sitio. Pero el resultado fue tremendamente positivo. Dos personas contentas, y un problema que se quedó en una anécdota para contar.
Más allá de la potencia que siguen teniendo las palabras escritas, o, como lo llaman algunos, el negro sobre blanco, lo cierto es que son estas pequeñas acciones las que marcan la diferencia, las que nos nutren el alma y nos permiten dormir bien y afrontar cada día con una sonrisa.
Por eso… ¿Qué hay de ti y de mí? ¿Podríamos también tener un detalle con alguien? Con esta reflexión, te dejo mi papelito…