Nací en Madrid, en la capital de España, y en el centro del país. Así que mi relación con el mar fue más bien… escasa. Como dice una canción muy famosa, en Madrid no hay playa. (¡Qué recuerdos!)
Además, al contrario que muchas otras familias, la mía no solía de vacaciones en Agosto a Benidorm o a Torremolinos. Nosotros nos quedábamos disfrutando de Madrid en soledad. No me quejo. Había muchas cosas bonitas que hacer allí.
Hasta los 14 años no vi el mar, salvo en una ocasión, en la que un tío mío nos llevó en unas mini-vacaciones, a la zona de Gandía, si no recuerdo mal. Era muy pequeño, y me impresionó el tamaño de los barcos.
Aprendí a nadar (si se le puede llamar así), en una piscina, a duras penas.
Mudanza a Gran Canaria
Pero de pronto, en el 91, nos mudamos a Gran Canaria, a una zona costera, el pueblo de Sardina, en Gáldar, a 50 metros de la playa. Pasamos de ver un horizonte coloreado por la contaminación, a ver por todos lados agua.
La primera vez que me metí en el agua con unas gafas y un tubo (haciendo snorkel, como le dicen ahora), me impresionó. El ver de pronto la profundidad, y respirar por la boca… fue demasiado. Aguanté unos minutos. Pero me encantó. Así que volví a entrar, una y otra vez.
Con el tiempo, practiqué buggy (bodyboard), una especie de surf, pero con una tabla más pequeña en la que vas acostado. También me aficioné a la pesca submarina. Sigo metiéndome en el agua, pero ya no disparo, por cierto.
Al principio acompañaba a un amigo, bastante mayor que yo, Granaíno, que era un fuera de serie pescando. En un par de ocasiones le vi sacar un Mero a más de 10 metros de profundidad, como si fuera lo más normal del mundo.
Creo recordar que fue él quien me regaló mi primer fusil de pesca. Tamaño 50cm. Este tipo de fusil se usaba más bien para pescar a la cueva. El caso es que yo practicaba, probaba, una y otra vez, y nada… no pescaba nada. La varilla (el arpón) era muy corto y gordo, y a los peces les daba tiempo a reírse de mí, antes de marcharse sin ser pescados.
La herramienta
Hasta que un día compré un fusil. Un Marc Valentin, de 75cm., una medida polivalente, y que, por mi altura, me iba bastante bien. Podías disparar a la cueva, a la bajada, a la india…
Me vestí en plan Rambo, con mi “chaque”, como le dicen en Canarias al traje de neopreno, mi cinturón de pesas, cuchillo, y fusil… me metí en el agua, vi una posible presa, disparé… y, ¡fallé! Una, dos, tres veces, y de pronto, ¡acerté!
A partir de ahí, empecé a pescar casi siempre que salía. Incluso llegué a elegir el tipo de pescado, para variar lo que llevaba a casa para comer. Porque, eso sí, lo que se pescaba, se tenía que comer o regalar a alguien que lo aprovechara. Curioso también… ahora soy vegetariano.
Bueno, el caso es que esta historia lleva una reflexión: la herramienta que usemos es clave.
Yo leía revistas de pesca submarina, como Apnea o Pescasub, veía videos, miraba cómo pescaban otras personas, practicaba, pero nada. No es que fuera un experto. Nunca lo fui. Pero, en mi caso, el problema principal, era la herramienta.
¿Es el indio o es el arco?
Hace un tiempo, escuchando el podcast de Kenso, escuché una frase: “No es la flecha, no es el arco, es el indio”. Esta frase da a entender que la herramienta más importante eres tú. Tus habilidades marcarán la diferencia (más vale maña que fuerza, como dice el dicho).
La frase tiene mucho sentido, y estoy totalmente de acuerdo. Sin embargo, imagínate a ese indio con una herramienta especializada, como un fusil de largo alcance, o un arco profesional. O al contrario, imagina al indio con un arco y unas flechas que dan pena.
No siempre la herramienta es un factor fundamental. Después de analizar esta frase y darle vueltas al coco, he llegado a la conclusión de que, a mayor dificultad de una tarea, más importante será contar con una herramienta especializada.
Un ejemplo: si tienes un auto para ir al trabajo todos los días, esa es tu herramienta. Da igual si tienes un coche de alta gama, o un utilitario. Al final, ese coche te llevará al trabajo y cumplirá su función. Lo podrá hacer dándote más comodidad, o con más o menos seguridad, pero poco más. Incluso es posible que un coche más pequeño sea más eficiente, al gastar menos combustible; o más eficaz, al ser más sencillo de aparcar.
Sin embargo, si lo que haces es pilotar coches de Fórmula 1 y quieres ganar el campeonato mundial, aquí la cosa cambia. Ahora sí que la herramienta (el vehículo) va a ser determinante. Es cierto que el piloto debe ser bueno, pero poco podrá hacer el mejor piloto del mundo con un coche malo.
Como se puede ver en el ejemplo, dependiendo de cuál sea tu trabajo o hobbie, y cuáles sean los objetivos, las herramientas serán más o menos importantes.
Gastar dinero para conseguir resultados
Y aquí empiezan los problemas, porque a la gente en general, no le gusta gastar dinero. Por lo menos, aquí en España, muchos son reticentes a invertir dinero en herramientas. Es incluso cómico ver como alguien se compra un iPhone de última generación, de más de 1.000€, pero economiza en una funda buscándola lo más barato posible en un “chino”.
Pero peor todavía cuando hablamos de cosas no físicas, como una mentoría, un curso de productividad personal, asesoramiento especializado, etc. Parece que, como es digital, como no me lo puedo comer ni lo puedo tocar, pretendemos que sea gratis.
Sin embargo, tanto las herramientas físicas, como las digitales, pueden marcar la diferencia.
En definitiva. La próxima vez que vayas a intentar lograr una meta, pregúntate si necesitas mejorar tus habilidades, o bien lo que necesitas es adquirir una herramienta de calidad.
De eso dependerá, como con el fusil de pesca submarina, si “pescas” o no.
No es la flecha, no es el arco. Es el indio. Clic para tuitear