El arte de saber preguntar

El arte de saber preguntar

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«¿Y eso qué es, papá (o mamá)?» – «Es el sol, hijo (o hija)» – «Ah ¿Y qué es el sol?» – «Es una estrella, hijo» – «¿Qué es una estrella?» – «Una cosa que brilla, hijo» – «¿Y por qué brilla?» – «Pfff. Pues porque… ¡yo qué sé hijo!, déjame en paz, no lo sé todo». Jejeje. ¿Te suena? Desde pequeños, nos formamos preguntando. Lo curioso es que, al ir creciendo, dejamos de preguntar. Quizás lleguemos a la misma conclusión que dice cierta frase atribuida a Charles Dickens: “No preguntes nada, y así no te dirán mentiras”. Sea como sea, coincidirás conmigo en que las preguntas son importantísimas, y que hacerlas bien es un arte. Por eso hoy hablamos de: el arte de saber preguntar.

¿Por qué dejamos de preguntar?

Decíamos al principio que, cuando nos vamos haciendo mayores, dejamos de preguntar. Igual tiene algo que ver con las reacciones de nuestros educadores: padres, maestros, políticos. Ellos hablan, nosotros escuchamos. No se ve bien que preguntes. Si preguntas es porque eres un ignorante. ¿Cómo? ¿Que no sabes esto o aquello? ¡Vergüenza te debería dar! Es posible que no queramos que nos engañen, como decía la frase del principio.

El caso, sin embargo, es que hacer preguntas es esencial para aprender. No hablamos de preguntar por preguntar, sino de plantear cuestiones inteligentes. Recuerda que aquí hablamos de efectividad, y hacer las preguntas correctas es algo super efectivo.

Antes citamos una frase en contra de hacer preguntas, pero hay otras a favor. Un proverbio danés dice:

“A quien teme preguntar, le avergüenza aprender”

Proverbio danés

Y otro proverbio, en este caso chino, dice:

“Aquel que pregunta es un tonto por cinco minutos, pero el que no pregunta permanece tonto por siempre”

Proverbio chino

El poder de las preguntas

Lo cierto es que las preguntas tienen un poder inmenso. Si las hacemos a otros podemos conseguir que se involucren. Ayudamos a pensar, a razonar. Es la persona la que llega a una conclusión, a su conclusión, sin forzarle. Hacer preguntas es clave para poder conversar. Está demostrado que cuando preguntamos, atraemos la atención de los demás. Demostramos que nos interesa su opinión.

Al contrario sucede, cuando no hacemos sino hablar. Las respuestas que nos den nos ayudará a conocer a los demás. Incluso se puede enseñar sin afirmar, sólo con preguntar. Las preguntas te ayudarán a dirigir tu vida, o el coche, si prefieres (preguntando se llega a Roma). 

Hacer las preguntas correctas te ayuda a saber qué es importante o qué es urgente. Las preguntas también ayudan a analizar correctamente y a resolver problemas. Puedes comprender el valor de las cosas si te haces preguntas, o recordar lo que lees. Podríamos decir mil cosas más, pero, en definitiva, las preguntas te ayudan a plantear bien las cosas.

Como dice cierto dicho:

“Si un problema puede plantearse, también puede resolverse”

Hacer las preguntas correctas requiere pensar

Esto no es sencillo, claro está. No hay reglas. Como cuando nos ponían problemas de matemáticas en el colegio. Uno tenía que pensar, su cerebro se ponía a trabajar a tope, y, al hacer las preguntas correctas, se podía formular una ecuación, y finalmente, lograr un resultado. La clave estaba en el planteamiento.

Esto me hizo recordar a un juego online: Akinator. No se si lo conoces. Está curioso. Tu piensas en un personaje real o inventado, y el programa, mediante una serie de preguntas, adivina en quién estás pensando. ¡Y acierta! 

Sistemas parecidos se están desarrollando para sustituir a los médicos de cabecera en enfermedades comunes. El sistema te va haciendo preguntas, y con tus respuestas, te da un diagnóstico y hasta te imprime la receta con la medicina adecuada.

Hay muchos tipos de preguntas

No me voy a liar explicando la efectividad de las preguntas. Quizá en otra ocasión hablemos de los tipos de preguntas, sus características y cómo usarlas. Hoy vamos a hablar de otra forma de preguntar.

No hablaremos de las preguntas que les hacemos a los demás, sino de las que nos hacemos a nosotros mismos. Si tienes interés en este tema, puedes preguntarle a Google, o bien echarle un ojo a un artículo de Wikihow sobre cómo hacer preguntas de manera inteligente (es el que más me gustó cuando estuve investigando).

Como iba diciendo, hay muchos tipos de preguntas, y muchas formas de hacerlas, aparte del momento adecuado para expresarlas. Por eso se le llama un “arte”. Sin embargo, hay 3 preguntas que destacan por su efectividad. Son sencillas, fáciles de recordar y de usar. Hay quien las llama preguntas clave o preguntas enfoque.

Las tres preguntas clave

Son las siguientes: Qué, por qué y cómo. Hacer estas tres preguntas en este orden te puede cambiar la vida.

Pongamos algunos ejemplos: 

Al iniciar un proyecto (“quiero emprender; trabajar por mi cuenta”)

  • ¿Qué? ¿Cuál es el proyecto? ¿Qué es exactamente lo que quieres hacer? No valen respuestas genéricas como “quiero trabajar por mi cuenta”. Ok, pero, ¿en qué? ¿qué quieres lograr?
  • Una vez sepas exactamente lo que quieres, viene la segunda pregunta clave: ¿por qué? Eso que quieres conseguir, ¿cuál es la razón por que lo quieres? ¿es por dinero? ¿por tener más tiempo? ¿por hacer un servicio a los demás?
  • Finalmente, viene el cómo. ¿Cómo lo vas a lograr? ¿Cómo plantearás el proyecto para conseguir lo que quieres y el por qué lo quieres? 

Fíjate que si cambias el orden, estas preguntas pierden totalmente su efectividad. 

Y, es curioso, pero la mayoría de personas que inician un proyecto no tienen claro qué quieren exactamente, ni mucho menos el por qué. Eso sí, seguro que han pasado horas planificando el cómo.

Al resolver un problema («en el trabajo me piden muchas horas extras»)

  • ¿Qué problema es? Es facil quejarse de todo, pero… ¿sabes exactamente cuál es el problema que hay que resolver? A veces, con hacer esta pregunta, todo lo demás pierde el sentido. A lo mejor, no hay nada que arreglar. 
  • Supongamos que identificas el qué. Ahora viene la pregunta fundamental: ¿por qué? ¿por qué quieres resolver este problema? A lo mejor, nuevamente, tu motivación te va a descubrir cosas importantes que no te habías planteado. Igual resulta que necesitas más tiempo, o no te gusta el trabajo, o no te están remunerando como tu esperas. 
  • Bien… aquí viene la última pregunta: ¿cómo voy a resolver esto? ¿tendré que hablar con mi jefe? ¿qué le diré? ¿cómo expresaré mi queja? 

Una vez más, el hacer estas tres preguntitas aclara la situación y nos permite planificar y resolver. De hecho, en estos casos suele suceder que sabemos el qué y el por qué, pero como no nos planteamos el cómo, al final, todo sigue igual. 

Por supuesto, hay otras preguntas muy potentes, como «¿Para qué?». También hay preguntas que nos añaden contexto, como «¿Dónde?» «¿Cuándo?» «¿Con quién?»… Dependiendo de la situación, podemos añadir las preguntas que nos lleven a buen puerto.

No hay preguntas indiscretas

Podríamos poner muchos ejemplos. Desde una avería en el coche, qué estudios voy a elegir, relaciones familiares, amistades, qué me quiere decir esta persona…

Después de estas tres preguntas clave (qué, por qué y cómo) puedes añadir muchas otras. Pero serán estas tres, y siempre en el orden correcto, las que te abrirán la puerta como si de una llave maestra se tratara. Te señalarán el camino y te permitirán avanzar.  

Y recuerda que, como dijo Oscar Wilde:

“Las preguntas no son nunca indiscretas. Las respuestas, a veces sí”

Oscar Wilde
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Sobre el autor

Jaír Amores
Mi nombre es Jaír y soy de la cosecha del 78. Estoy felizmente casado; tenemos dos preciosas hijas, y vivimos en Las Palmas de Gran Canaria, España. ¡Sí! ¡El paraíso! Desde muy chico, ya me atraía la efectividad. Disfrutaba haciéndome un horario, automatizando tareas. Y… no sé si a ti te ha ocurrido también: me daba cuenta de muchas cosas que podrían hacerse mejor. Me sigue pasando, por cierto. Estoy convencido de que la efectividad y la productividad personal son fundamentales, pero… sin olvidar las cosas importantes de la vida. Porque, ¿de qué serviría mejorar si no nos hace más felices?